Del cielo llegaron los antepasados,
los sabios.
De tierra hundida en lo alto
llegaron los fabricantes, los héroes.
Del cielo a la tierra nueva, la
nueva casa;
esa tierra vacía, esa casa vacía,
limpias, listas
para llenarse de ruidos, de
acciones, de hechos,
de recuerdos, para habitarse.
Llegaron los escultores, los
cortadores
de piedra, de jade, raza maestra,
dioses,
entonces a la tierra de árboles,
hacia el verde
que crecía imaginado más allá del
horizonte de sus ojos.
Pero es
difícil contar esta historia.
Volaron en sus templos sobre el
mundo,
sobre los valles y montañas, sobre
el pasado,
recorrieron el vacío, todo a
disposición.
Venían
todos los señores y sobre la tierra
solo había
días sin noche y noche sin días,
noche y
selva, verde virgen, colores sin mezclar.
Sonidos
todavía callados en silencio rumoroso;
todo
estaba en desorden: no había nada.
Entonces,
los señores llamaron a los Bacabob,
hermanos
cargadores de fuertes hombros,
y les
encargaron que sostuvieran el cielo,
y que
ordenaran todo en las cuatro direcciones,
en los
cuatro vientos,
en las
cuatro lluvias,
en las
cuatro estaciones;
así todo
comenzó a tomar forma.
Y cuando
hubieron realizado su trabajo, se fueron
a vivir dentro
de la tierra, cada Bacab por su lado,
uno a cada
esquina, a donde hay agua,
y ahí
están desde entonces, con las raíces,
rodeando
el mundo.
No
había ningún sonido
apenas, no
existía ningún animal ni hombre.
No
existían ruido de pasos ni de voces, ni de arrastre,
ni sonido
de figuras que observaran.
Entonces
vino ‘Corazón del cielo’ y creó la vida,
creó los
animales grandes y pequeños, de todos los colores,
le dijo a
las plantas que debían comenzar a dar flores,
y semillas, y les dijo cómo vivirían,
les dio a
todos su lugar en el mundo.
También
les dio a los señores sus trabajos:
dijo quién
debía encargarse de qué cosa,
de la
lluvia, quién del fuego,
quién
debía hacer correr los ríos y el mar;
dijo
quiénes debían vivir en los cielos superiores
y quiénes
en los inferiores, les dio a todos sus casas;
repartió
de acuerdo al corazón de cada uno.
Cuando se
hubieron asentado todos,
en la
tierra, y sobre ella y debajo de ella,
vieron los
señores que estaban solos y no les gustó,
solos con
sí mismos en un jardín.
Tres de
ellos, los más viejos, decidieron
crear
seres que les acompañaran
-les
adoraran e hicieran su voluntad-.
Tres eran
y eran el mismo:
uno era el
señor de las tempestades, del viento y la lluvia,
‘La
serpiente con plumas’, Qucumatz;
otro era
‘El de una sola pierna’, era el más poderoso,
el señor
de la tormenta, Huracán se llamaba;
el tercero
era el señor del relámpago y el fuego,
Tepeu, hermano de Qucumatz.
Eran tres y eran el mismo, es
difícil de explicar;
eran ‘Corazón del cielo’.
Juntaron
barro de ríos y cerros y formaron figuras,
les dieron
vida –pues tal era su poder-.
Pero estos
seres que habían creado eran débiles,
sus
cuerpos de barro se emblandecían con el agua,
no se
sostenían, tampoco se podían reproducir ni hablar.
Se sintieron
tristes y dijeron «hay que intentar de nuevo»,
así que el
señor Huracán mandó una gran lluvia
limpiadora
para no
dejar rastro de ellos.
Pasaron
los días y los señores permanecían en silencio,
no sabían
qué material usar para modelar los seres, para crearlos.
Entonces
llamaron, Tepeu y Qucumatz, a más señores
para que
los ayudaran y Huracán estuvo de
acuerdo;
se
reunieron, también estaban Alom, Bitol,
Qajolóm y Tzacol,
todos
señores importantes, y entre todos dijeron: vamos a usar madera.
Todos
hablaron y dieron sus palabras
pero fue Bitol, habiéndolos escuchado, quien dio
forma a los seres,
como le
había dado forma a muchas cosas,
pues era
considerado un artesano muy hábil.
Pero
vieron que, aunque resistentes, estos seres eran tontos,
se movían
con dificultad y sus miradas estaban vacías
pues no
tenían alma, y tampoco tenían memoria
y no
recordaban quiénes eran sus creadores.
Por un
tiempo los dejaron estar pero pronto se aburrieron los señores,
y se
sintieron tristes y dijeron «hay que intentar de nuevo»;
Tepeu mandó un gran incendio seguido de un gran diluvio,
con ayuda
de su hermano Qucumatz, y así
perecieron
casi todos
estos seres hechos con madera.
Algunos se
escondieron en las cuevas, en las montañas,
y no los
quemó el fuego ni los pudrió el agua;
a estos,
los señores los transformaron en monos y les dijeron
que
vivieran en los árboles de los que habían sido creados
y que se
unieran a los demás animales.
Pasaron
muchas lunas y estaciones, muchas lluvias y sequías,
hasta que
por fin el mundo se recuperó del gran incendio,
de la gran
inundación, y todo era otra vez como debía ser.
Por fin se
reunieron otra vez los señores.
Esta vez, Tepeu y Qucumatz, llamaron a otros.
Llegaron
también Ajbit, Ajtzac, Aloma, Ixpiyacoc
y otros;
también
estaba Ixmucané, a la que llamaban
abuela del día,
de la
claridad, pues era vieja, sabia y luminosa;
Huracán estuvo de acuerdo.
Hablaron
todos y dieron sus palabras pero no se decidían
hasta que
llegó Ixmucané y les dio consejo,
les dijo
que usaran el maíz para formar los seres.
Todos
estuvieron de acuerdo y nadie la quiso contradecir pues era vieja.
Así fueron
creados por lo señores, que eran trece en total.
A encargo
de ellos la abuela molió y amasó el maíz,
maíz rojo
y blanco, rojo para la sangre y blanco para la carne,
con esta
masa hizo cuatro figuras y dio consistencia a sus cuerpos.
Y entre
todos les dieron vida –pues tal era su poder-,
les
llamaron hombres.
Y vieron
que estos seres les veneraban bien y estuvieron felices.
Luego, de
la misma forma, crearon a la mujer,
para que
se acompañaran y para que se reprodujeran,
para que
llenaran la tierra, y así fue como se pobló el mundo.
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Esta es la
relación de la llegada de los señores del cielo,
del
ordenamiento del mundo, de la creación de los animales,
de la
creación y destrucción de los hombres de barro y madera,
y de la
creación de los hombres de maíz.
*Todos los
señores son hijos del observador,
él, que lo es todo, y son de él, sus
partes;
como nosotros somos también hijos de
él y sus partes.
**Esto
contaron los abuelos
–a quienes no se debe contradecir,
pues son viejos-.