una interpretación libre y poética de la historia,
por Pablo Hernández M.


“¡Salve, Bellezas del Día, Maestros Gigantes, Espíritus del Cielo, de la Tierra,
Dadores del Amarillo, del Verde, Dadores de Hijas, de Hijos! Volveos, esparcid el verde, el amarillo, dad la vida, la existencia, a mis hijos, mi prole. Que sean engendrados, que nazcan vuestros sostenes, vuestros nutridores, que os invoquen en el camino, la senda, al borde de los ríos, en los barrancos, bajo los árboles, bajo los bejucos. Dadles hijas, hijos. Que no haya desgracia, ni infortunio. Que la mentira no entre detrás de ellos, delante de ellos. Que no caigan, que no se hieran, que no se desgarren, que no se quemen. Que no caigan ni hacia arriba del camino, ni hacia abajo del camino. Que no haya obstáculo, peligro, detrás de ellos, delante de ellos. Dadles verdes caminos, verdes sendas. Que no hagan ni su desgracia ni su infortunio vuestra potencia, vuestra hechicería. Que sea buena la vida de vuestros sostenes, de vuestros nutridores, ante vuestras bocas, ante vuestros rostros, oh Espíritus del Cielo, oh Espíritus de la Tierra, oh Fuerza
Envuelta, oh Pluvioso, Sembrador, Volcán, en el cielo, en la tierra, en los cuatro ángulos, en las cuatro extremidades. En tanto que exista el alba, en tanto que exista la tribu, que estén ellos ante vuestras bocas, vuestros rostros, oh dioses”.

Popol vuh

I - esto contaron los abuelos y no se les debe contradecir



Del cielo llegaron los antepasados, los sabios.
De tierra hundida en lo alto llegaron los fabricantes, los héroes.
Del cielo a la tierra nueva, la nueva casa;
esa tierra vacía, esa casa vacía, limpias, listas
para llenarse de ruidos, de acciones, de hechos,
de recuerdos, para habitarse.
Llegaron los escultores, los cortadores
de piedra, de jade, raza maestra, dioses,
entonces a la tierra de árboles, hacia el verde
que crecía imaginado más allá del horizonte de sus ojos.

Pero es difícil contar esta historia.

Volaron en sus templos sobre el mundo,
sobre los valles y montañas, sobre el pasado,
recorrieron el vacío, todo a disposición.

Venían todos los señores y sobre la tierra
solo había días sin noche y noche sin días,
noche y selva, verde virgen, colores sin mezclar.
Sonidos todavía callados en silencio rumoroso;
todo estaba en desorden: no había nada.

Entonces, los señores llamaron a los Bacabob,
hermanos cargadores de fuertes hombros,
y les encargaron que sostuvieran el cielo,
y que ordenaran todo en las cuatro direcciones,
en los cuatro vientos,
en las cuatro lluvias,
en las cuatro estaciones;
así todo comenzó a tomar forma.
Y cuando hubieron realizado su trabajo, se fueron
a vivir dentro de la tierra, cada Bacab por su lado,
uno a cada esquina, a donde hay agua,
y ahí están desde entonces, con las raíces,
rodeando el mundo.

No había ningún sonido
apenas, no existía ningún animal ni hombre.
No existían ruido de pasos ni de voces, ni de arrastre,
ni sonido de figuras que observaran.

Entonces vino ‘Corazón del cielo’ y creó la vida,
creó los animales grandes y pequeños, de todos los colores,
le dijo a las plantas que debían comenzar a dar flores,
y semillas, y les dijo cómo vivirían,
les dio a todos su lugar en el mundo.
También les dio a  los señores sus trabajos:
dijo quién debía encargarse de qué cosa,
de la lluvia, quién del fuego,
quién debía hacer correr los ríos y el mar;
dijo quiénes debían vivir en los cielos superiores
y quiénes en los inferiores, les dio a todos sus casas;
repartió de acuerdo al corazón de cada uno.

Cuando se hubieron asentado todos,
en la tierra, y sobre ella y debajo de ella,
vieron los señores que estaban solos y no les gustó,
solos con sí mismos en un jardín.
Tres de ellos, los más viejos, decidieron
crear seres que les acompañaran
-les adoraran e hicieran su voluntad-.

Tres eran y eran el mismo:
uno era el señor de las tempestades, del viento y la lluvia,
‘La serpiente con plumas’, Qucumatz;
otro era ‘El de una sola pierna’, era el más poderoso,
el señor de la tormenta, Huracán se llamaba;
el tercero era el señor del relámpago y el fuego,
Tepeu, hermano de Qucumatz.

Eran tres y eran el mismo, es difícil de explicar;
eran ‘Corazón del cielo’.

Juntaron barro de ríos y cerros y formaron figuras,
les dieron vida –pues tal era su poder-.
Pero estos seres que habían creado eran débiles,
sus cuerpos de barro se emblandecían con el agua,
no se sostenían, tampoco se podían reproducir ni hablar.
Se sintieron tristes y dijeron «hay que intentar de nuevo»,
así que el señor Huracán mandó una gran lluvia limpiadora
para no dejar rastro de ellos.

Pasaron los días y los señores permanecían en silencio,
no sabían qué material usar para modelar los seres, para crearlos.

Entonces llamaron, Tepeu y Qucumatz, a más señores
para que los ayudaran y Huracán estuvo de acuerdo;
se reunieron, también estaban Alom, Bitol, Qajolóm y Tzacol,
todos señores importantes, y entre todos dijeron: vamos a usar madera.
Todos hablaron y dieron sus palabras
pero fue Bitol, habiéndolos escuchado, quien dio forma a los seres,
como le había dado forma a muchas cosas,
pues era considerado un artesano muy hábil.
Pero vieron que, aunque resistentes, estos seres eran tontos,
se movían con dificultad y sus miradas estaban vacías
pues no tenían alma, y tampoco tenían memoria
y no recordaban quiénes eran sus creadores.

Por un tiempo los dejaron estar pero pronto se aburrieron los señores,
y se sintieron tristes y dijeron «hay que intentar de nuevo»;
Tepeu mandó un gran incendio seguido de un gran diluvio,
con ayuda de su hermano Qucumatz, y así perecieron
casi todos estos seres hechos con madera.
Algunos se escondieron en las cuevas, en las montañas,
y no los quemó el fuego ni los pudrió el agua;
a estos, los señores los transformaron en monos y les dijeron
que vivieran en los árboles de los que habían sido creados
y que se unieran a los demás animales.

Pasaron muchas lunas y estaciones, muchas lluvias y sequías,
hasta que por fin el mundo se recuperó del gran incendio,
de la gran inundación, y todo era otra vez como debía ser.

Por fin se reunieron otra vez los señores.
Esta vez, Tepeu y Qucumatz, llamaron a otros.
Llegaron también Ajbit, Ajtzac, Aloma, Ixpiyacoc y otros;
también estaba Ixmucané, a la que llamaban abuela del día,
de la claridad, pues era vieja, sabia y luminosa;
Huracán estuvo de acuerdo.
Hablaron todos y dieron sus palabras pero no se decidían
hasta que llegó Ixmucané y les dio consejo,
les dijo que usaran el maíz para formar los seres.
Todos estuvieron de acuerdo y nadie la quiso contradecir pues era vieja.

Así fueron creados por lo señores, que eran trece en total.
A encargo de ellos la abuela molió y amasó el maíz,
maíz rojo y blanco, rojo para la sangre y blanco para la carne,
con esta masa hizo cuatro figuras y dio consistencia a sus cuerpos.
Y entre todos les dieron vida –pues tal era su poder-,
les llamaron hombres.
Y vieron que estos seres les veneraban bien y estuvieron felices.
Luego, de la misma forma, crearon a la mujer,
para que se acompañaran y para que se reprodujeran,
para que llenaran la tierra, y así fue como se pobló el mundo.

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Esta es la relación de la llegada de los señores del cielo,
del ordenamiento del mundo, de la creación de los animales,
de la creación y destrucción de los hombres de barro y madera,
y de la creación de los hombres de maíz.


*Todos los señores son hijos del observador,
él, que lo es todo, y son de él, sus partes;
como nosotros somos también hijos de él y sus partes.

**Esto contaron los abuelos
–a quienes no se debe contradecir, pues son viejos-.

***Esto me fue revelado en sueños.