Nos fue
dado el aliento con aliento, y fue dado también
a los animales, a los ríos, a los
barrancos, a la lluvia y a todo;
al maíz sagrado del cual fuimos
creados y nos alimenta.
De las manos de la abuela, amasados,
modelados,
el maíz se convirtió en carne y
sangre; creados
para acompañar a los dioses, para
venerarlos,
agradecerles y así lo hacemos.
Vivimos y
llenamos la tierra y creamos ciudades de piedra
con templos para vigilar por si
regresan,
por si quieren algo, para darles sus
sacrificios;
y les damos en sus pirámides, en sus
altares,
el incienso, las frutas, la sangre
para agradarlos y que nos den la
lluvia, y maíz,
para que el sol se levante.
‘Siete pájaro’, Wuqub Tz’ikin me dicen.
Yo nací en un buen día para ver
alto,
por eso me encomendaron este
trabajo,
por eso soy el Chilam, profeta;
porque puedo comunicarme con
‘Corazón del cielo’, el padre,
invocarlo a través del espacio y
leer el cielo, las nubes y el viento.
Yo puedo interpretar las estrellas y
por eso vengo aquí,
no hay mejor lugar para ver al
cielo,
porque no hay lugar más alto en toda
la selva;
ningún árbol sube tanto,
hasta abajo se ven el techo del
bosque y la gente,
apenas parecen hormigas, las
hogueras como estrellas ,
me siento como en medio de dos
cielos.
Desde La
Danta, pirámide gloriosa, puedo ver todo
y saber todo, porque todo está
escrito en el cielo;
no se sabe de otro templo más alto en
todos los reinos.
Desde aquí puedo calcular los
tiempos que vendrán, el futuro,
aquí arriba oigo en el viento el
susurro del formador
y los designios que tiene para
nosotros en las estrellas.
Hoy fue Wajxaqib' I'x y todos dimos gracias.
Porque hoy es la conmemoración
del día en que el mundo se ordenó,
por eso damos gracias,
porque nos fue concedido este
refugio por ‘Corazón del cielo’,
porque nos dieron nuestra posada en
la tierra.
El Ah k’in may y todos los Ah
k’in, sumo sacerdote y sacerdotes, estuvieron;
todos los Ah nacom y los Chá ako’ob,
sacrificadores y ayudantes, estuvieron;
yo estuve al lado del Halach uinik, el gobernante, y su
familia,
el que tiene poder sobre todos los
asuntos del cielo y la tierra.
También algunos de la nobleza
estuvieron,
pero solo los más importantes porque
ya no había lugar.
Más abajo, en la plaza, estuvieron
todos los demás,
viendo, dando gracias; todos los
jefes
y los guerreros y los comerciantes,
todos los artesanos y los
campesinos.
Dimos gracias todos juntos por lo
dones de la vida y el sustento.
Se rezaron las oraciones, se
cantaron los cantos y se bailaron las danzas;
se quemaron los sacrificios; todo
según la tradición y el ritual.
Luego salieron las procesiones a los
demás lugares,
a los otros templos, a las casas de
los señores; donde se repiten las ceremonias,
cada quien, cada familia, cada
cofradía, agradeciendo personalmente.
Y de ahí salieron otras procesiones
a las casas de los artesanos,
y guerreros, y campesinos… en fin.
Hoy es día de agradecer. En todas
las ciudades,
hoy es tiempo ocupado para los
sacerdotes, sacrificadores y ayudantes.
Ahora estoy tranquilo, me quedé solo
en La Danta,
esperando el día, esperando y viendo
las estrellas, pensando en nuestro
pueblo.
El pueblo.
Nosotros somos los hijos de ‘Corazón del cielo’
y somos hermanos con todo lo creado.
Somos iguales y nos necesitamos.
Necesitamos a los animales y
plantas,
necesitamos a la piedra y al río, al
fuego,
y hasta al ser más pequeño
necesitamos y por eso
tenemos que guardarles reverencia,
porque nos sirven y sin ellos no
seríamos nada.
Esto es verdad y no debe ser
olvidado.
Cuando era pequeño, mi papá, que era
un guerrero, me contó una historia
que ahora yo cuento cuando es
necesario,
porque hay enseñanza en ella,
porque siempre se puede aprender de
todo si se sabe cómo escuchar.
Un
cazador, el más hábil de la comarca, salió una noche
y se
adentró en la selva y pretendía regresar una semana después
con muchas
pieles para comerciar y mucha carne.
Pero
su alma se había envanecido por su gran habilidad
y el orgullo lo había cegado, y dijo que él
debía de ser el más grande cazador,
y tanta
fue su osadía que no pidió permiso a los nahuales,
ni dio
gracias a los espíritus de los animales que iba cazando.
Así pasó varios
días hasta que su actitud fue notado por Acanum-zuhuy,
el dios de
los cazadores y de los animales que se cazan,
quien
decidió castigarlo y le nubló la mente
para que se perdiera en la selva
hasta que
se diera cuenta de sus errores y sus insultos,
y pidiera
perdón a los animales.
Porque Acanum-zuhuy sabe que todos somos
iguales y que está mal
que uno
quiera ponerse por encima y hacerse más importante,
y que esto
no debe ser olvidado.
Hasta Ixtab, llamada por Acanum-zuhuy, la señora del suicidio,
llegó a
susurrarle al oído para castigarlo
y el
cazador sintió sus manos como una soga alrededor del cuello.
Por fin, Acanum-zuhuy, apiadándose de él, se le
apareció en sueños al cazador,
con la
forma de una guacamaya se le apareció y le habló,
y le dijo:
«¿Quién
eres tú, cazador, para creerte especial?
Si eres hábil con el arco y la cerbatana
es porque
‘Corazón del cielo’ así lo quiso.
Pero eres
igual al campesino más humilde,
y eres
igual al esclavo,
y eres
igual a los pavos y a los conejos que mataste,
y al
armado, porque todos somos sus hijos de él.
Entonces ¿por qué te enseñoreas
por sobre
todos y olvidaste,
pedir
permiso y dar gracias?»
Cuando
amaneció se perforó la lengua y quemó su sangre en el fuego
como
sacrificio, como símbolo de que no volvería a vanagloriarse.
Y también
quemó en el fuego su arco y su honda,
con que había matado unos gordos pavos, tres
conejos y un armado,
como
penitencia y pidió perdón a los animales por no haberles agradecido;
por
último, se fue a bañar a un río que corría cercano y que había estado
siguiendo,
y pidió
que esa agua le lavara toda su desvergüenza y prometió
que desde
ese día no volvería a olvidar.
Después,
tomó la carne y las pieles, y la caparazón del armado,
y salió
otra vez a buscar su camino en la selva, el cual, Acanum-zuhuy
puso
enfrente de él pues consideró que ya había aprendido su lección.
Tres veces
los días y noches más de lo que había previsto pasó
el
cazador, perdido en la selva, por castigo.
Por
fin regresó y pudo oír otra vez los sonidos de las voces
de sus
hijos y mujer que le daban la bienvenida con gritos de alegría.
Nunca
se olvidó de su lección y tampoco se olvidó nunca
de cómo
era el susurró de Ixtab.
Así me
contó mi papá, que era un guerrero.
Puedo ver, a lo lejos, los fuegos
que arden sobre El Tigre,
puedo ver antorchas en la plaza,
puedo ver fuegos.
La noche aún está cerrada, falta
tiempo
para esperar al sol…
ya he caminado mucho en esta tierra,
he visto y oído cosas,
he aprendido, pero no lo sé todo…
recuerdo que así ardían aquella
madrugada los fuegos,
era una mañana como hoy,
flanqueando la Sacbé, la calzada blanca
que va hacia ‘la ciudad antigua por
el camino’
…Nakbé,
allá vivía un poderoso chilam, profeta
que
conocía mejor que nadie los secretos del tiempo.
Yo lo vi. Yo
era un muchacho asustado.
Acompañé a
mi maestro, ellos tenían asuntos.
Pero no es
eso lo que mi memoria recuerda,
sino lo
que pasó por el camino.
Ya entrada
la mañana, con el sol alto,
mi maestro
comenzó a hablar como quien no habla con nadie,
y dijo:
«El tiempo come tiempo, sueña,
vive, muere tiempo y vuelve.
Nace como si no hubiera muerto.
Es una serpiente que se muerde la cola.
En el atardecer, las horas oscuras
se tragan a las horas claras,
y en el amanecer las horas claras
se tragan a las oscuras.
Este movimiento es el tiempo.
Así ha sido y así será.
«En el tiempo todo vive, todos gira,
como una gran rueda es.
Las estrellas giran, el agua gira,
las plantas, el aire,
giran las vidas como remolino,
porque todo sigue al tiempo.
Gira la profundidad que vemos,
la energía es circular, da y recibe,
todo se mueve infinitamente en este orden.
»La sabiduría del hombre, su deber,
es cumplir las leyes,
oír las palabras con que ‘Corazón del cielo’
dio equilibrio, relación y orden.
Quien no siga estas palabras
no venera la vida,
quien no respeta estas leyes
se destruye a sí mismo
y regresa su energía con violencia.
»¿Quiénes somos,
si nuestro corazón no aprende?
Si nuestros ojos no miran,
y nuestro oídos se cierran
a la palabras de ‘Corazón del cielo’,
si nuestras manos rompen el orden.
Entonces vamos a volver a ser nada
y nuestro fuego se apagará
sin significado.»
Era un
poema,
yo presté
mucha atención pues eso se espera de un alumno,
y me sentí
muy feliz bajo el sol de aquel día pues sabía
que los chilames no dicen nada que no deba ser
escuchado.
Así dijo mi maestro, por el camino a
Nakbé,
lo recuerdo hoy, un día como ese,
Wajxaqib'
I'x, conmemoración del mundo.
Miro, desde La Danta, y me siento
feliz como aquel día,
al ver que, ahora si, el sol ya sale
en el horizonte de la selva.
Nuestro pueblo ha respetado el
orden,
las palabras de ‘Corazón del cielo’
las escucha,
ve sus designios y sueña su sueño.
Por eso nuestra ciudad es grande y
el sol vuelve a brillar.
Esto es lo que yo sé, que es poco saber.
Lo que me legaron mis antepasados,
lo que puedo leer en las estrellas,
lo que me viene en sueños,
lo que luce real para mis ojos y
sentidos,
lo que puedo compartir y enseñar,
mi plática con el mundo.
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Esta es la
relación de la conmemoración del mundo en El Mirador,
de las
palabras y los recuerdos del Chilam llamado Wuqub Tz’ikin;
de las
historia que le contó su padre acerca de un cazador,
del poema
que recitó su maestro de camino a Nakbé,
de su
conocimiento, de su plática.
*Esta es la
hermandad del pueblo con el mundo;
así son las leyes del tiempo, las
palabras
con que ‘Corazón del cielo’ dio
orden, relación y equilibrio.
**Estas son
las memorias perdidas de un hombre
que no se sabe si existió pero vive
en los recuerdos.