Siento el corazón roto;
el rostro divino de la ciudad,
que tanto nos costó construir,
hace tan poco, pierde su luminosa
sonrisa,
la plaza, los templos, los
edificios,
las piedras coloradas y color del
sol y blancas
son desmontadas, acarreadas
para reforzar el muro
porque ya viene la guerra.
Ya vienen los hermanos a matar
hermanos;
de Tikal, de allá viene la guerra…
Un
rostro se levanta de la tierra y mira
al cielo.
Pronto se levantan más y gritan
silenciosamente,
muerden los tobillos,
reclaman
sin voz a los que pasan;
se hace
difícil caminar en un campo de cadáveres.
¿Cómo llegamos a este momento?
Eso pasa cuando el hijo se vuelve
contra el padre,
entonces los hermanos deben pelear
porque cada quien defiende lo que es
de su corazón.
Yo no culpo, solo soy un hombre.
Nuestro Halach uinik, nuestro gobernante, el debe saber.
‘Pedernal del cielo’, Balaj Chan K'awiil, yo me pregunto,
en mi ignorancia, si todo esto no es
castigo,
si esto no es la traición del miedo,
porque un hijo no debe levantar la
mano contra el padre.
Habría sido mejor morir antes, a
manos de Calakmul.
Soy un
hombre viejo, me pregunto
si ahora no iré a morir a manos de
uno de mis descendientes.
De Tikal venimos todos a levantar
esta ciudad,
somos voces de ‘el lugar de las
voces’,
somos agua de ‘el pozo de agua’,
y ahora la desmontamos porque de
allá
viene la guerra,
y me pregunto si no es así siempre,
si la paz y la guerra, la
construcción y la destrucción
llegan del mismo lugar… creo que si,
siempre llegan del corazón.
En
el olvido de que no hay diferencia de orígenes
soñamos
que hay diferencia de destinos;
la pasión
de alcanzar un fin distinto al fin,
un camino
que nos conduzca por una senda protegida,
una
felicidad arrancada de las manos.
Mis brazos
ya no tienen fuerza para disparar con el arco
o para impulsar una lanza. Yo solo
veré. Seré testigo.
Habría sido mejor morir a manos de
los extranjeros de Calakmul.
Yo digo que fue miedo, fue miedo,
¿fue miedo señor gobernante?
porque tú eres joven y poderoso y
tienes mucho que perder.
Quizás también fue ambición. Yo soy
un hombre viejo,
ya no tengo nada que perder, solo la
vida,
por eso no tengo miedo de pensar y
preguntarme.
Pero también soy ignorante y no
puedo ver bien
las razones.
Tal vez también es miedo, tal vez
si,
el que me hace pensar así y yo no
soy mejor
ni peor que tú, señor gobernante.
Hiciste pacto con el señor de ‘la
ciudad de las dos pirámides’,
ahora peleamos contra nuestra propia sangre,
contra nuestros hermanos,
como tu peleas contra tu hermano el
señor de Tikal.
El reino Mutul se rompió.
Ya se oyen los tambores, el ruido,
de los guerreros de Tikal que
vienen,
¿qué pensarán al ver nuestros muros
multicolores?
¿se van a reír?
pronto solo quedará el rojo sobre
las piedras…
La guerra
es una manta roja que cubre el mundo,
un cobijo
sin cobijo; el silencio sube de las gargantas
en un
grito ahogado. Es asunto de los hombres
cuando se
aplica la violencia para ejercer poder,
para
imponer las supremas costumbres del vencedor
sobre la errónea
moral del vencido.
La idea del valor y la gloria se
extinguen en los corazones,
ya pueden los guerreros parecer
fieros ahora
pero después todos se verán igual,
a todos les dolerán el corazón y la
carne,
todos querrán decir «¡Basta!».
Es
inevitable subir por el camino de espinas.
La
voluntad es necesaria para la vida,
está en el
corazón del hombre, en su sentir,
por lo
tanto es invencible e imperfecta:
la guerra
es la vulgaridad de la voluntad.
Las
espinas fueron plantadas bajo nuestros pies.
¡Cómo llora mi corazón!
Ya viene la guerra…
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Esta es la
relación de una guerra entre hermanos,
entre
ciudades hermanas, regidas por hermanos,
Tikal y Dos Pilas, cuando estos últimos se
aliaron con Calakmul
y
traicionaron esta hermandad.
De los
pensamientos de un viejo, de las preguntas.
*Este es el relato de una y de todas
las guerras,
este es el abrazo de uno y todos los
muertos.
*Así quedó grabado en la piedra, en
el tiempo, en la memoria.